La tarde del jueves 28 de agosto de 1879 se libró el segundo Combate Naval de Antofagasta (hubo una escaramuza previa en mayo de ese año sin víctimas fatales) el cual enfrentó al acorazado peruano Huáscar contra dos naves chilenas.
De parte de Chile, la costa era defendida por la cañonera Magallanes y la corbeta Abtao. Fue precisamente esta última la que sacó la peor parte, ya que recibió de lleno el impacto de dos proyectiles del blindado. El primero le arrebató la vida a un ingeniero y cinco marinos, y el segundo mató a otros tres tripulantes.
Este suceso fue presenciado por un joven miembro de la ambulancia apostada en el puerto, Tancredo Riobó, quien vio incluso cómo eran desembarcados los cuerpos despedazados de los héroes caídos.
MISIVA
La agrupación histórica Los Viejos Estandartes dieron con la misiva de Tancredo a su madre (publicada en el libro Boletines de la Guerra del Pacífico), quien residía en Valparaíso. La carta fue escrita una semana después del combate, y en ella el joven detalla la gesta y los horrores que ésta conlleva.
“Este filibustero (Huáscar) volvió a hacernos una visita, con el propósito sin duda de atrapar a mansalva algunas de nuestras naves; pero esta vez no fue tolerada impunemente su presencia (…). Esta vez (el Huáscar) no venía tripulado por peruanos, sino por mercenarios valerosos: de esos que sirven al Dios o al Diablo, según quien les paga. Solo unos seis u ocho zambos paiteños hay a su bordo; los demás son norte-americanos, ingleses, griegos y caucasianos”.
Tancredo detalla a continuación los tiros que causaron la mayoría de las bajas, contando erróneamente que los impactos habrían matado a 10 marinos chilenos, cuando la cuenta final solo estipula nueve víctimas. “veintiséis tiros, de granadas en su mayor parte, disparó el Huáscar, metiendo dos de ellas en el casco del Abtao, con las que causó grandes destrozos y mató diez hombres e hirió a siete.
CUERPOS
Tancredo le describe a su madre el horror que le provocó ver los restos chamuscados que fueron desembarcados desde la cubierta del Abtao aún cuando la nave sostenía el combate con el blindado peruano.
“Aún duraba el combate, y ya los muertos y heridos habían sido trasladados a tierra y traídos a la ambulancia, donde fueron atendidos por los cirujanos más experimentados, distinguiéndose, como siempre, el entusiasta doctor Martínez Ramos, que es el alma de nuestra ambulancia”.
En en estos servicios de atención en las que se encontraba el joven asistencia de la ambulancia, cuando le recuerda a su madre “era cosa que partía el corazón ver el hacinamiento de carne humana. Los muertos fueron traídos en sacos, se veían allí piernas, brazos y cabezas separadas del tronco. Había un hombre partido por la mitad que aún respiraba; me miró y elevando los ojos al cielo, rindió el espíritu, sin duda pensando en su amada patria, por la cual moría resignado. Ninguno se quejaba, y exhalaban el último suspiro como dicen los historiadores que morían los Espartanos. ¡Qué grande, madre mía, era el valor de esos chilenos! ¡Quiera Dios que los que les sobreviven, sepan vengar tan cruentos sacrificios!”.
Sobre el valor de esta carta, Ana Olivares Cepeda, integrante de la agrupación Los Viejos Estandartes cuenta que “esta carta nos ayuda a comprender un poco los hechos de aquel día y que si bien son cruentos, es la realidad de una guerra y esas realidades están también en la historia de nuestra ciudad y que son un poco desconocidas a nivel nacional, así que todos estos pasos, todas estas pequeñas historias van construyendo nuestro patrimonio, nuestra memoria y por eso que como organización también nos importa darlas a conocer”.