El pasado viernes, alrededor de las 6 de la mañana, los colores, bailes y ritmos de Los Lakitas rompieron el silencio de Camar. Hombres, mujeres y niños dieron inicio a una jornada de veneración a San Antonio de Padua, una tradición presente en todo San Pedro de Atacama, pero que en Camar -ubicado al sur de la comuna- cobra especial relevancia, ya que el santo es su patrono.
El ritual continuó con las presentaciones del Baile Llamero, los Tinkus y los Gitanos. Cada agrupación, durante la denominada “Alba”, ofreció su saludo a San Antonio de Padua. Este momento también marcó el llamado para que quienes aún no se unían a la celebración comenzaran a participar.
Posteriormente fue el turno de la ceremonia religiosa. El padre Hugo ofició una misa que reunió a las agrupaciones de baile y a los fieles que llegaron hasta Camar. El templo se vistió flores y adornos celeste, blanco y café. Al finalizar la misa, tanto los danzantes como los asistentes sacaron en andas la imagen del Santo Patrono para recorrer las estaciones ubicadas en distintos puntos del pueblo. Durante la procesión, los músicos y bailes avanzaron de espaldas para no darle nunca la espalda al santo. También se lanzaron fuegos artificiales y dulces para los feligreses.
Tras la procesión el rito se invierte: los mismos músicos y danzantes que dieron inicio a la jornada realizan un último baile, con el que se despiden del Santo Patrono, San Antonio de Padua. Luego, las cerca de 300 a 400 personas presentes participaron en la tradicional “Boda”, una gran comida organizada por los alféreces, quienes invitan a todos los asistentes a compartir el almuerzo en honor a la conmemoración.
Durante la época colonial, las fiestas patronales en los Andes se convirtieron en celebraciones propias de las comunidades, mezclando las creencias católicas con las tradiciones indígenas. En estas fiestas, el santo no era solo una imagen, sino una presencia viva que las personas vestían, cuidaban y acompañaban en procesiones. La Iglesia usó danzas, música e imágenes para enseñar la nueva religión, permitiendo que los pueblos integraran sus costumbres. Así, las comunidades hicieron suyas estas celebraciones, combinando la fe con sus formas de vida y cultura.