Enola Gay Hazzard nació el 10 de diciembre de 1893 en Florida, Estados Unidos. Contrajo matrimonio con Paul Tibbets, un comerciante de pastelería con quien en 1915 tuvo un hijo al que bautizaron igual que su padre: Paul Warfield Tibbets.
Paul padre era un hombre con un férreo sentido de la disciplina, por este motivo es que obligó a su hijo a seguir la carrera de medicina. Enola en cambio era más benevolente, y años más tarde su hijo Paul la describiría como “una pelirroja valiente” por el hecho de ayudarlo a rebelarse en contra su padre y apoyarlo en su deseo de seguir su gran pasión: la carrera militar. Esta acción le valió a Enola ganarse un honor que la llevó a un nivel de fama mundial que trasciende generaciones, en un momento histórico que marca un antes y un después en la historia de la humanidad. Su nombre iba escrito con grandes letras negras a un costado del bombardero Boeing B-29 Superfortress, un avión de las Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos pilotado por su hijo, que la mañana del 6 de agosto de 1945 dejó escapar sobre la ciudad japonesa de Hiroshima un “pequeño niño” que en apenas segundos desató la más violenta de las masacres que conozca el hombre.
La verdad es que Paul Tibbets Jr. Había nacido para la guerra. Su segundo nombre, Warfield, igual que el de su padre, resultó premonitorio, ya que se traduce literalmente a nuestro idioma como “campo de guerra”. Este hombre apasionado por la milicia se enroló en el ejército de Estados Unidos como piloto de bombardero en un momento crucial de la historia. Fue en 1937, tan sólo cuatro años antes de que el país norteamericano entrara de lleno a la Segunda Guerra Mundial tras recibir un ataque sorpresa de la Armada Imperial nipona en la base naval de Pearl Harbor, Hawaii.
Por su carácter, disciplina y dedicación Tibbets rápidamente se ganó el respeto de sus superiores, comenzando así una carrera meteórica dentro de las Fuerzas Aéreas estadounidenses; efectuó varias misiones en el frente africano y obtuvo una excelente reputación como veterano combatiente y piloto de pruebas del B-17 y posteriormente del nuevo B-29. Con esos antecedentes y ya convertido en coronel destacado en el cuartel general de la 2ª Fuerza Aérea en Colorado Springs, Tibbets fue uno de los primeros seleccionados en 1944 para el proyecto Manhattan (plan ultra secreto llevado a cabo por Estados Unidos, Reino Unido y Canadá para la investigación y desarrollo de las primeras armas nucleares) con el objetivo de entrenar al nuevo escuadrón n°509 de misiones especiales, conformado por hombres escogidos con pinzas e investigados por meses para no dejar ningún flanco abierto.
Todos los militares seleccionados para este proyecto secreto sólo conocían de sus alcances en forma general. Fue recién la noche del 5 de agosto de 1945, en la base aérea norteamericana de la isla de Tinián, al sur de Japón, que Tibbets y los demás tripulantes de los tres B-29 que al día siguiente volarían con dirección a Hiroshima, fueron informados de los detalles de la misión y el poder destructivo del arma que descargarían sobre suelo japonés. Les aseguraron que estaban cumpliendo un servicio a favor de su país y la humanidad, pues dicho acto pondría fin a una fatídica guerra que ya se había prolongado por 5 años.
Entendiendo Tibbets la trascendencia histórica que tendría aquel vuelo de aproximadamente seis horas hacia Hiroshima, fue que nombró a su bombardero como Enola Gay, en honor a su mamá, avión desde cuya panza, igual que una madre, a las 8:15 de la mañana del lunes 6 de agosto de 1945 emergió la “Little Boy” (Niño Pequeño), una bomba atómica que de pequeña no tenía nada, pues pesaba 4.400 toneladas, medía 3.0 metros de longitud, 71 cm. de diámetro y estalló a 600 metros del suelo de la ciudad nipona liberando una energía de 16 kilotones que pulverizó cada construcción a varios kilómetros a la redonda, matando en el instante a 100 mil personas y 40 mil más en las horas y días siguientes. Fue la primera bomba atómica lanzada en medio de un conflicto bélico. El hombre entraba en la era nuclear.
“Si Dante se hubiera encontrado con nosotros en el avión, se habría horrorizado… La ciudad que vimos tan claramente bajo la luz del día estaba ahora recubierta de una horrible mancha. Todo había desaparecido bajo esa espantosa cobertura de humo y fuego”, señalaría tiempo después el piloto del B-29.
Pasaron tres días y otra bomba cayó en tierra japonesa, esta vez sobre la ciudad de Nagasaki matando a 80 mil personas más. Japón no tuvo salida, firmó su rendición y concluyó así la guerra más sangrienta de la historia. Paul Tibbets Jr. falleció en 2007 y jamás mostró una pizca de remordimiento por la cruda misión que le tocó dirigir, por el contrario, siempre afirmó que no hubo alternativa, que había que poner fin a la guerra de algún modo, ya que los nipones no tenían ninguna intención de terminar con el conflicto. “Fue lo que detuvo la guerra”, dijo en una entrevista en 2003 al diario Columbus Dispatch. “Salí para parar definitivamente la matanza”, aseguró.