Diciembre de 1907. Dentro de la Escuela Santa María de Iquique había miles de personas, entre obreros que bajaron de las oficinas salitreras, acompañados de sus familias. “Vamos, mujer, partamos a la ciudad, porque en Iquique todos van a entender”, decían los trabajadores a sus mujeres, convenciéndolas que debían hacerse escuchar para lograr sus demandas: sueldos justos y pagados en dinero, no fichas; libertad de comercio, para poder comprar en otras oficinas; más seguridad en sus labores, entre otras peticiones.
Ya en la ciudad, la historia cambió. “Hasta Iquique nos hemos venido, pero Iquique nos ve como extraños. Nos comprenden algunos amigos y los otros nos quitan la mano”, comentaban los pampinos. Reunieron a los miles y los llevaron a la Escuela Santa María. Siete días llevaban esperando allí dentro, sin respuestas a sus demandas.
21 de diciembre: el horror
Es el primer día del verano. Las calles de Iquique están llenas de militares. A fin de cuentas, según el relato de la cantata, “las ametralladoras están dispuestas y estratégicamente rodean la escuela”. Son las 15:00 horas y el sol golpea fuerte. “El general llega, con mucho boato y muy precavido con sus soldados: ‘Dejen de inventar tanta miseria. Vayan saliendo del lugar, porque si no acatan órdenes, lo sentirán’”, exclamaba el general del Ejército a los obreros y sus familias.
Uno de los huelguistas, el Rucio, le responde: “Usted, señor general, no nos entiende. Seguiremos esperando, así nos cueste. Ya no somos animales, ya no rebaños (…) Si quiere amenazar, aquí estoy yo. Dispárele a este obrero al corazón”.
Al oír al Rucio, “el general no ha vacilado. Con rabia y gesto altanero le ha disparado. Y el primer disparo es orden para matanza y así comienza el infierno, con las descargas”. Los soldados que estaban apostados alrededor abrieron fuego.
No hay cifras oficiales y concretas sobre cuántos fallecidos hubo a manos del ejército chileno. Se estima que más de un centenar, según el Premio Nacional de Historia, Sergio González. Sin embargo, la cantata menciona que “tres mil 600 miradas se apagaron”. Aquello responde a que no es una fuente histórica, sino literaria, por ende, Advis utilizó esa cifra para articular el relato y la métrica poética.
Entre las víctimas estaba Manuel Vaca, obrero que tenía un medio hermano español: Antonio Ramón Ramón. Él, siete años después de la masacre de Santa María de Iquique, intentó vengar la muerte de su hermano atacando al general Silva Renard. Puedes leer su historia en DonCaliche.com.
Explotación y extractivismo
Los trágicos hechos de la Escuela Santa María de Iquique no fueron aislados. Un año antes, también se produjo una matanza en la Plaza Colón de Antofagasta. Y en la década de 1920, el ejército nuevamente se cobró víctimas en las oficinas San Gregorio y La Coruña.
El historiador Damir Galaz-Mandakovic, en su artículo “Regímenes sádicos en la historia necropolítica de Chile”, señala que estos hechos representan la lógica represiva del Estado, marcada por proteger un sistema económico basado en la explotación y extractivismo del salitre, mineral clave para la riqueza de potencias extranjeras.
“El accionar violento del Ejército en la Escuela Santa María responde a una lógica necropolítica que ha atravesado la historia chilena (…) El Estado definió a las clases trabajadoras como enemigos internos, legitimando su exterminio con discursos de ‘orden interno’ y ‘defensa de la patria’.
Esta narrativa permitió a las fuerzas armadas, a menudo influenciadas por intereses de élites extranjeras, actuar contra los ciudadanos que debían proteger”, expresa Galaz- Mandakovic. Un 21 de diciembre de 1907 las aulas de la Escuela Santa María se tiñeron de sangre y horror, tal como indica la investigación: “el rojizo del cobre sirvió para teñir la política de las armas contra la propia ciudadanía”.
Entonces: “Un niño juega en la Escuela Santa María. Si juega a buscar tesoros, ¿Qué encontraría?”.