En 1914 estallaba en Europa la I Guerra Mundial, llamada así porque en los cuatro años que duró abarcó a África, Oriente Medio, Asia y las costas de América. Para diciembre de ese año, el conflicto se centraba en el frente occidental (Francia y Bélgica) entre Alemanes y las tropas aliadas de Francia e Inglaterra.
Pero la noche buena del 24 de diciembre de 1914 hubo un tácito “alto al fuego” entre las trincheras contendientes. Específicamente en Ypres, Bélgica, en las trincheras germanas se dispusieron a lo largo de las franjas pequeños árboles talados y precariamente adornados, a modo de árboles de Navidad, en donde además los soldados alemanes comenzaron a entonar villancicos.
Pocos metros al frente estaban atrincherado los adversarios británicos, quienes oyeron los cánticos de sus enemigos. El sargento inglés Bernard Brooks, quien se encontraba en el lugar describió en una carta a sus familiares “al ultima hora de la tarde, los alemanes se volvieron divertidísimos cantando y gritándonos. Nos dijeron en inglés que si no les disparábamos ellos tampoco lo harían. Encendieron fuegos afuera de sus trincheras, se sentaron alrededor y empezaron un concierto”.
A la mañana del 25, el soldado británico Willie Loasby tuvo la arriesgada misión recorrer los 36 metros que separaban ambas trincheras para acordar la tregua con los germanos. Afortunadamente no había engaño en la proposición y se acordó la famosa Tregua de Navidad.
ENCUENTRO
Hace 110 años, entre las escabrosas matanzas diarias desde agosto de 1914 que se sucedían a lo largo de las trincheras del frente occidental, hubo un alto al fuego donde los adversarios no solo dejaron de asesinarse por 24 horas, sino también se encontraron.
Según testimonios, poco a poco ambos bandos salieron tímidamente de las trincheras y caminaron hacia tierra de nadie (franja que dividía ambos bandos y que suponía la muerte segura para quien la cruzase) y comprobaron que ni uno ni el otro tenía el ánimo de combatir.
Los batallones se dieron la mano y llegaron a un pequeño armisticio. Los oficiales no estaban de acuerdo con el cese de las hostilidades, pero no pudieron parar el hecho. Un soldado británico escribió “nuestros superiores dieron la orden clara de no confraternizar, pero tampoco tuvieron la intención de detenernos, pues sabían que no podían hacerlo”.
Durante todo el día 25 ambas partes se dedicaron a sepultar los cadáveres de sus caídos que se encontraban en tierra de nadie, y que en un día normal de batalla habría sido imposible hacerlo. Ya en la tarde ambos bandos confraternizaron intercambiando comida y cigarros, y hasta improvisaron un partido de fútbol con una pelota hecha de harapos, marcando los arcos con cascos militares. El partido duró una hora y no contó con árbitro.
Este hecho no trascendió hasta terminada la primera guerra mundial el noviembre de 1918, puesto que ambos bandos no veían conveniente que se supiese que los más encarnados enemigos de la llamada Gran Guerra fueron capaces de confraternizar durante una Navidad.