La crisis sanitaria ha puesto en jaque muchas de nuestras instituciones e incluso cómo vivimos en el día a día. Con un proceso constitucional en ciernes, hay ciertas reflexiones que podemos sacar en limpio de los desafíos impuestos por esta pandemia. Una de las más fundamentales, nace a partir del hecho de que vivimos con otros y somos parte de una comunidad, una realidad y sus consecuencias de la cual nunca habíamos sido tan conscientes como ahora. Esta idea se ve identificada en el principio de solidaridad, el cual no es más que la radical idea de que todos dependemos de todos, de que nuestros destinos están esencialmente relacionados y, por ende, no me puedo desatender de la realidad del otro. Este principio se ve reflejado, por ejemplo, en la máxima del autocuidado y la solidaridad intergeneracional e intrageneracional que estamos ejerciendo en este momento.
En el fondo, el cuidado que hago no solo es por mí mismo; es por mi vecino, mi abuelo, incluso para quien aún no conozco. Este principio podemos extrapolarlo a las bases de la institucionalidad: la importancia de la interdependencia nos hará proponer un marco institucional que tome esta realidad en cuenta y la conjugue con otros valores, como el de la libertad. Así las cosas, la solidaridad nos permite entender que la solución a los problemas de nuestro país no se encuentran exclusivamente en el Estado. Más bien, están en la sociedad civil y en las personas. Por esto, este principio se nos presenta como una auténtica alternativa política entre el individualismo y el estatismo, una que nos permita alcanzar verdaderamente un Chile más justo, humano y solidario.
En concreto, ¿Qué cosas podría conllevar este principio? Por ejemplo, el fortalecimiento de la sociedad civil y la asociatividad desde nuestra Carta Fundamental. Que exista siempre una opción preferencial por el más vulnerable, por ejemplo, y establezcamos la importancia de un desarrollo sostenible y sustentable, tanto para el medioambiente y para los ciudadanos. Ahí está el meollo del asunto.