En junio del 2003, un portentoso hospital de cinco plantas y 300 habitaciones que por poco más de cuatro décadas prestó avanzados servicios de auxilio a la población chuquicamatina, terminó por desaparecer bajo toneladas de tierra.
El entonces hospital Roy H. Glover, que fue abierto como tal en agosto de 1960 siendo el más avanzado del país (entre sus novedades, se enlista ser el primer recinto asistencial en contar con ascensores) fue desocupado ante el apisonante crecimiento de la mina de Chuquicamata.
Material y personal médico fueron trasladados a Calama (actual hospital Salvador Allende) y el antiguo edificio entró en una lenta agonía desde su desocupación en mayo del 2001 que se prolongó hasta mediados del 2003, fecha en que su último vestigio, la chimenea del crematorio que se encumbraba por sobre todo el edificio quedó definitivamente sepultada bajo una poderosa montaña de desechos rocosos.
El adiós
Desde el cierre en 2001, cientos de historias comenzaron a circular con respecto a apariciones u espectros que eran perceptibles desde sus ventanas. Muchas de estas fueron incluso publicadas profusamente por la prensa de la época, como La Estrella del Loa, Antofagasta y el Mercurio de Calama.
Incluso en internet se hace especial énfasis a los “fantasmas del Roy Glover” que se habrían manifestado con intensidad durante los últimos dos años en que el recinto era paulatinamente enterrado. Pero tal vez el más conmovedor, fue un “adiós” acaecido la noche buena del 2002.
Antes de su abandono y en vísperas de la Navidad, era costumbre que sobre la azotea del recinto se instalase una enorme silueta eléctrica de una estrella de Belén, la cual era encendida por las noches para iluminar el oscuro firmamento.
En la Navidad del 2001 esta no fue encendida dada a que el edificio se encontraba vacío, además sus alas laterales comenzaron a llenarse de escombros y las apariciones fantasmales fueron más frecuentes. Pero la noche del 24 de diciembre del 2002, con buena parte de su estructura absorbida por la torta de ripio, la estrella encendió.
Según algunos guardias de la cuprífera, ésta se iluminó poco después de la medianoche para apagarse en menos de 10 minutos, cerca de las 3AM volvió a resplandecer y de ahí se apagó para no brillar jamás.
La veracidad de este hecho es difícil se corroborar. Solo existe una foto de mala calidad del supuesto momento que habría sido tomada por un testigo. Casi espectral, esta habría sido la última manifestación de un recinto que vio nacer y morir a generaciones de mineros junto a sus familias.
Hasta hoy no se sabe si la luz fue encendida como parte de un plan de algunos exfuncionarios o pobladores que querían rendir una especie de homenaje al viejo edificio, pero esto sería poco probable no solo por el aislamiento con el que contaba la estructura, sino también porque el perímetro se encontraba desconectado de cualquier matriz eléctrica.
Fuese cual fuese la explicación, una luz brilló esa noche de Navidad para los chuquicamatinos, una luz de nostalgia que pese a quedar sepulta en post del futuro, aún destella en las memorias de sus habitantes.