Entre sombras, cruces y silencio, el cementerio de Chuquicamata se convirtió en escenario vivo de memorias, leyendas y emociones. En el marco del centenario del histórico campamento minero, la Compañía de Teatro Patrimonial llevó a cabo cuatro funciones de visitas teatralizadas durante el viernes 16 y sábado 17 de mayo, atrayendo a más de 400 asistentes.
En cada recorrido, las almas de personajes emblemáticos del pasado retornaron para narrar sus historias entre luces tenues, música ambiental y el eco del viento nortino.
El montaje, cuidadosamente articulado en dramaturgia, iluminación y actuación, sumergió al público en una travesía sensorial que dio vida a siete figuras inolvidables. En cada estación del cementerio, la historia emergía de entre las tumbas, permitiendo a los visitantes caminar entre relatos que alguna vez vibraron con fuerza en el corazón de Chuquicamata.
Entre las primeras en aparecer estuvo Botitas Negras, mujer del sur que llegó al norte en busca de amor y destino. Su historia, marcada por la pasión y un trágico final sin justicia, caló hondo entre los asistentes. “Siempre estuve enamorada de algo o de alguien”, susurraba, mientras la memoria colectiva respondía con respeto y emoción.
Desde Nueva York, y con la nostalgia a cuestas, llegó La Gringa, conocida también como Rose. Su decisión de evitar un convento la trajo al árido campamento donde dio clases de arte y literatura a los niños. Su relato, cargado de ternura y muerte, recordó la epidemia que se llevó a muchos pequeños… y también su propia vida en 1928.
El orden y la rigidez llegaron de la mano del General Enrique Maturana, “El Ajicito”. Su presencia marcial y autoritaria evocó la etapa en que Chuquicamata aún era tierra sin ley. Orgulloso de haber impuesto disciplina, narró su rol como brazo fuerte de la Chilean Exploration Company, con voz grave y firme, como una orden que resuena en la historia.
La emoción alcanzó uno de sus puntos más altos con el relato de Hugo Araya, el periodista que revivió la tragedia del Polvorazo del 5 de septiembre de 1967. Su voz temblorosa, transmitiendo en “vivo” desde el más allá, trajo de vuelta el dolor de una ciudad en duelo por la muerte de 22 personas. Una escena que congeló a los espectadores entre lágrimas y silencio.
Enigmático y desafiante, El Conde narró su pacto con el diablo. Su tumba elevada, única entre las demás, fue el punto de partida para relatar cómo burló al demonio impidiendo que su cuerpo tocara la tierra. Su historia, a medio camino entre lo gótico y lo mítico, sumó tensión y misterio al recorrido.
Luego emergió El Puño de Chuqui, fusión de todos los boxeadores que alguna vez marcaron época en el campamento. Con fuerza y presencia, representó al pueblo luchador que encontró en el ring un espacio de orgullo y resistencia. No tenía un solo rostro, sino todos los que hicieron del boxeo un símbolo local.
Finalmente, La Novia de Chuqui apareció vestida de blanco, suspendida en su propio tiempo. Su historia —la de una joven atropellada antes de llegar al altar— resonó como un susurro de esperanza y melancolía. “Sigo esperando… como todas las novias que no pudieron casarse”, dijo con voz quebrada, dejando al público con el corazón apretado.
Para Holofernes Noria, director de la Compañía de Teatro Patrimonial, el cementerio de Chuquicamata no fue solo un escenario, sino un espacio cargado de memoria viva. “Nos interesa trabajar en lugares que ya cuentan una historia por sí mismos. Aquí, cada tumba, cada rincón, guarda una emoción, una vida, un recuerdo”, señaló. Según explicó, estas visitas teatralizadas no buscan solo entretener, sino conectar emocionalmente con el público, permitirles caminar junto a los personajes y revivir parte del pasado desde una experiencia inmersiva.
Noria también destacó el proceso investigativo que dio forma a cada relato. “No podíamos hablar del cementerio sin entender la historia del campamento”, comentó. Para ello, reunieron testimonios, revisaron documentos y conversaron con habitantes que aún conservan la memoria viva del lugar. “Nuestro objetivo es emocionar y rescatar historias que no están en los libros, pero que viven en la gente. Si logramos que alguien se conmueva, que recuerde, que se identifique, entonces el trabajo está hecho”, concluyó.
El elenco estuvo conformado por Francisca Rojas Arriagada (La Gringa), Jacqueline Catalán (Botitas Negras), Karla Manns (La Novia de Chuqui), Jereld Ventura Salas (Hugo Araya y Maturana), Guillermo Aguilera Moreno (El Conde y El Puño de Chuqui) y el propio Holofernes Noria como relator. A ellos se sumaron Pedro Córdova Ceballos en luminotecnia, Esteban Hinojosa Godoy en música, Misael López en diseño gráfico y el equipo de vestuario del Teatro Patrimonial.
La actividad fue financiada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio a través del programa Puntos de Cultura Comunitaria, con el valioso apoyo de la agrupación Hijos y Amigos de Chuquicamata.
En estas noches únicas, el cementerio dejó de ser solo un lugar de descanso para convertirse en una galería viva de memorias. Porque mientras haya quien las escuche, las historias de Chuquicamata seguirán latiendo. Aunque sea entre las sombras.