Nota escrita por Ana Olivares Cepeda, vicepresidenta de la agrupación Los Viejos Estandartes de Antofagasta. (Foto de portada: Lukas Bravo, ilustraciones históricas de Chile).
Este 14 de febrero conmemoramos los 142 años del Desembarco de las tropas Chilenas y Reivindicación de Antofagasta a territorio chileno, acción que da inicio a la Guerra del Pacífico luego de que Bolivia desconociera los tratados de límites y económicos acordados con nuestro país en 1866 y modificados en 1874. Por relatos de testigos presenciales de aquel día viernes 14 de febrero de 1879, aparte de lo ya conocido respecto a cómo fue el desembarco propiamente, hay un hecho muy particular sucedido ese día y que es omitido por los historiadores nacionales, pero resaltado por los bolivianos y nuestros historiadores regionales.
Entre el barullo ciudadano, en su mayoría chilenos manifestando su alegría por la llegada del Ejército chileno, discursos patrióticos y “Viva Chile” por doquier, se hace presente una chilena de 30 años, menuda morena pero con gran carácter. Con voz firme se une a los vítores contra las autoridades bolivianas y logra que sus compatriotas la alcen en sus hombros para darle la altura necesaria y alcanzar el escudo boliviano ubicado frente a la prefectura. Con fuerza desmedida logra arrancarlo y lanzarlo al suelo para, luego, terminar de destruirlo a patadas. Si bien es cierto, este arranque de ira y repudio, por supuesto del país altiplánico que lo refleja incluso en la película “Amargo Mar”, tiene una razón de ser.
Corría el año 1877 y una madura costurera proveniente de Valparaíso, de nombre Irene del Carmen, arriba a Antofagasta en busca de la estabilidad emocional y económica que le había sido esquiva en su natal “La Chimba” (hoy Recoleta, Santiago). Tras la pérdida de su padre, la madre decide mudarse a Valparaíso. Allí se forma como costurera, casándose años más tarde con un ciudadano argentino. Lamentablemente, debido a su avanzada edad, el recién casado fallece. A los pocos meses, Irene, pierde también a su madre y encontrándose sola en la ciudad puerto, decide cambiar de rumbo y viajar a la próspera Antofagasta.
Sorpresa se llevaría aquí cuando encuentra el verdadero amor en la persona del chileno, músico de la banda boliviana, Santiago Pizarro. Aunque él era 5 años menor que ella y solo “convivían”, ambos factores de miradas juiciosas en la época, supieron llevar a plenitud su relación. Pero la desdicha parece haberse ensañado con la costurera chimbana. En el mes de junio de 1878, Pizarro se ve envuelto en una pelea con su jefe y le da un balazo que le provoca la muerte. Esta acción tiene como condena el fusilamiento. Mientras Pizarro está encarcelado, Irene hace lo posible por conseguir el perdón.
Sin embargo, la ejecución llegó un 24 de septiembre de 1878. Irene mientras preparaba el cuerpo de su Santiago para darle sepultura, su corazón se convertía en piedra y comenzó a guardar rencor jurado a los bolivianos. Fue así que, 5 meses más tarde, el 14 de febrero de 1879, le da la oportunidad para dar rienda suelta a toda esa ira acumulada y comienza destruyendo el escudo boliviano. Luego, es la primera mujer en enlistarse como soldado para la guerra que se avecinaba, pero fue rechazada por ser precisamente una mujer.
Pero no se rindió. Buscó la forma de pasar como varón y logró burlas las inspecciones. Así Irene se bate de igual a igual con un enemigo del país, pero para ella, el asesino de su amado Santiago. No daba cuartel ni tregua. Quienes la conocieron vieron a una furia humana combatiendo, como también a una hermana de la caridad atendiendo al chileno caído. Es así que finalmente se le entregan los grados de sargento y se le da la plaza de cantinera, mujer soldado y enfermera del Ejército chileno.
Tristemente, la lucha no le dio la tranquilidad esperada. Terminada sus funciones en la sierra peruana, regresa con honores, pero con el alma vacía. Muere a los cortos 42 años de edad en el hospital San Borja, Santiago. Pobre, olvidada, enferma y con solo un recuerdo en su mente: el cuerpo ensangrentado de su Santiago, sepultado en el Cementerio General de Antofagasta. Hoy la tumba más antigua ubicada en el lugar y en proceso de ser declarada como Monumento Histórico. Irene del Carmen Morales Galaz es la dueña de esta historia, una historia que comenzó en 1877 y que hoy, tras 145 años, aún salen a la luz nuevos antecedentes, los que contaremos en una próxima oportunidad.