Una de las avenidas principales de Calama lleva el nombre de Almirante Miguel Grau. Pero, ¿Quién fue la persona que en vida poseyó este nombre y la hizo meritoria para que al menos su apellido sea conocido entre los calameños?
Miguel Grau fue un marino peruano de fines del siglo XIX conocido en nuestro país por ser el comandante del buque blindado que hundió a la Esmeralda, durante el Combate Naval de Iquique el 21 de mayo de 1879.
Pero más allá del adversario de Prat, Grau destacó durante la guerra por tener en vilo a la Armada chilena durante siete meses. Además fue político, marino mercante, y sobre todo, su honor e hidalguía incluso con los adversarios le valió el ser reconocido como “El caballero de los mares”.
TRAYECTORIA
Miguel Grau nació en Piura, Perú en 1834, hijo de un marino colombiano y una dama de la alta clase de Perú. A los nueve años comenzó a relacionarse con el mar al enrolarse como grumete en una embarcación mercante.
Dedicó gran parte de su vida a este oficio y a los 20 años ingresa como guardiamarina a la Armada de Perú. En esta institución de destaca y asciende rápidamente. En 1865 participa en la Guerra hispano-sudamericana, en donde en alianza con Chile, participa en batallas contra la armada española. Curiosamente muchos de sus aliados en ese entonces (entre los que estaba Carlos Condell, Arturo Prat, Williams Rebolledo y Juan José Latorre) serían sus adversarios 14 años después.
En paralelo desarrolla una vida como político, llegando a ser nombrado por el gobierno ministro y enviado en comisiones diplomáticas al extranjero. Grau alcanzó el puesto de diputado por la provincia de Paita en 1875. Hasta el día de hoy, el Congreso de Perú conserva el escaño que ocupó en el hemiciclo.
GUERRA DEL PACÍFICO
Para el inicio de la Guerra del Pacífico en abril de 1879 (mes de la declaratoria), Miguel Grau detentaba el cargo de almirante, teniendo a su mando el monitor Huáscar, uno de los más potentes del grupo.
A bordo de esta nave quebró el bloqueo de Iquique al hundir a la Esmeralda, asedió puertos chilenos (como Iquique, Mejillones y Antofagasta), bombardeó ciudades, cortó en varias ocasiones el cable oceánico (red telegráfica que mantenía las comunicaciones del adversario) y el 23 de julio de ese año captura al vapor Rímac con todo un regimiento chileno a bordo. Este hecho hizo desesperar a la oficialidad de la Armada chilena.
Todas estas tropelías son conocidas en la historiografía como “las correrías del Huáscar”, no obstante la armada chilena tiró “todo a la parrilla” disponiendo la totalidad de su flota en la península de Angamos, lugar donde logran capturar al Huáscar la mañana del 8 de octubre de 1879.
En medio de este combate, Grau muere despedazado al ser alcanzado por un proyectil percutado por el blindado Cochrane. Así terminó la vida de este ilustre marino peruano que hoy es uno de los máximos héroes de su país.
CABALLERO DE LOS MARES
Grau también es reconocido como el caballero de los mares, ya que después del hundimiento de la Esmeralda ordenó bajar los buques salvavidas del Huáscar y rescatar a los marinos chilenos que quedaron vivos en altamar, cosa que no hizo Condell con los náufragos de la Independencia.
Pero el hecho más relatado fue la carta que escribió personalmente a Carmela Carvajal, la joven viuda de 27 años de Arturo Prat. Grau no solo le escribió la misiva, sino que además le envió las pertenencias de su esposo. La carta fue escrita 12 días después del combate y dice lo siguiente:
Dignísima señora: Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a Ud. y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla. En el combate naval del 21 pasado que tuvo lugar en las aguas de Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el capitán de fragata don Arturo Prat, comandante de la “Esmeralda”, como usted no lo ignorara ya, fue víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria. Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle las para usted inestimables prendas que se encontraron en su poder, y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán indudablemente de algún consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas. Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respetos con que me suscribo de usted, señora, muy afectísimo seguro servidor. Miguel Grau.
Conmovida por la caballerosidad del almirante peruano, la joven Carmela le responde:
Distinguido señor: Recibí su fina y estimada carta fechada a bordo del “Huáscar” en 2 de junio del corriente año. En ella, con la hidalguía del caballero antiguo, se digna usted acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo, y tiene la generosidad de enviarme las queridas prendas que se encontraban sobre la persona de mi Arturo, prendas para mí de un valor inestimable por ser, o consagradas por su afecto, como los retratos, o consagradas por su martirio como la espada que lleva su adorado nombre. Al proferir la palabra martirio no crea usted señor, que sea mi intento inculpar al jefe del “Huáscar” la muerte de mi esposo. Por el contrario, tengo la conciencia de que el distinguido jefe que, arrostrando el furor de innobles pasiones sobreexcitadas por la guerra, tiene hoy el valor, cuando aún palpitan los recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada, y que tiene aún el más raro valor de desprenderse de un valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido jamás rendida; un jefe semejante, un corazón tan noble, se habría, estoy cierta, interpuesto, de haberla podido, entre el matador y su víctima, y habría ahorrado un sacrificio tan estéril para su patria como desastroso para mi corazón. A este propósito, no puedo menos de expresar a usted que es altamente consolador, en medio de las calamidades que origina la guerra, presenciar el grandioso despliegue de sentimientos magnánimos y luchas inmortales que hacen revivir en esta América las escenas y los hombres de la epopeya antigua. Profundamente reconocida por la caballerosidad de su procedimiento hacia mi persona y por las nobles palabras con que se digna honrar la memoria de mi esposo, me ofrezco muy respetuosamente de usted atenta y afma. S.S. Carmela Carvajal de Prat.