Para quienes no sepan, en la región existió a fines del siglo XIX un efímero poblado llamado “Caracoles”, ubicado en las cercanías de la actual Sierra Gorda. Este lugar debió su existencia al descubrimiento de una mina de plata bautizada como tal, en 1870.
Había transcurrido poco tiempo desde que acabase la guerra del Pacífico y el interior de la región se reactivaba económicamente a causa del salitre. Caracoles tenía cierta importancia política como poblado, pero ya venía en decadencia dado a la completa explotación de las vetas de plata de su mineral. Es en dicho contexto surge la historia del “envenenado”. Una historia real que alude a un reconocido hombre de negocio de ese entonces, quien emprendió una fulgurante vida como empresario minero, hallando un abrupto y macabro final, fruto de las intrigas de interés de la época.
La siguiente historia fue investigada y dada a conocer por la agrupación Los Viejos Estandartes, principalmente por sus miembros Rodrigo Castillo Cameron y Ana Olivares Cepeda.
Don Belisario
Don Belisario Salinas existió y su tumba está hoy en el derruido y abandonado cementerio de Caracoles. Nacido en Copiapó el 26 de marzo de 1848, estudió en la Escuela de Minas de la región de Atacama y obtuvo el título de Ingeniero en Minas. Fue uno de los primeros profesionales en llegar al mineral de Caracoles, cuando este recién comenzaba a ser explotado a inicios del 1870.
Durante la guerra enroló en el Batallón de Guardias Nacionales Caracoles n°1 como Teniente Coronel. Fue nombrado Auditor de guerra y participó en la campaña de Arequipa. En 1880 había comprado en Antofagasta el 50% de los derechos de las minas “Delicia”, “Aminta” y “Ecilda”. En 1881, solicitó al gobierno de Chile la autorización para explotar una veta que encuentra y que bautiza como la mina “Olvidada”.
Durante todos esos años vivió en Caracoles, pasando algunas temporadas en Antofagasta donde además se dedicaba al expendio de alcoholes. Fue accionista y organizador de la Sociedad Beneficiadora de Sierra Gorda y vicepresidente del Partido Radical. En definitiva, un vecino de renombre hacia fines del siglo XIX en lo que era conocido como el Cantón Central (hoy, Antofagasta, Sierra Gorda y Calama).
Una copa de vino
El hombre disfrutaba de una holgada vida en base a sus buenas inversiones y aciertos, además contaba con el prestigio de colaborar en diferentes causas y el haber sido partícipe del triunfo militar que llevó a Chile a anexar los territorios del norte. Pero la bruma de la envidia asomaba desde el poniente.
El lunes 28 de noviembre de 1898 por la mañana, don Belisario invitó a un tal Félix Salamanca a tomar una copa de vino a su despacho en Caracoles. Ambos se aprestaron a libar. En la copa del Sr. Salamanca, don Belisario puso de 4 a 6 gotas de amargo (una especie de alcohol en alta pureza) y en la propia dejo caer algo más de media cucharada.
Después de beber ambos, notaron un gusto que no era propio de la preparación. Para cerciorarse de si había sido amargo lo que echó al vino, don Belisario volvió a su escritorio para ver los frascos que allí quedaban, y se convenció de haber sufrido una equivocación. A pesar de ello no le dio mayor importancia.
En esos momentos llegaba también al despacho de don Belisario el Sr. Exequiel Avalos González, a quien le contó lo que le sucedió en tono de broma. A las 11 hrs los Sres. Salinas y Salamanca se retiraron juntos a almorzar. Al poco tiempo don Belisario comenzó a sentir pesadez y malestar general, por lo que se retiró para tomar una siesta, a ver si el mal trago pasaba.
La lenta agonía
A las 14.00 horas lo fueron a buscar. Allí lo encontraron adormecido pero inquieto por fuertes dolores. Fueron avisados varios amigos, quienes acudieron. El doctor Benjamín Fischer le hizo administrar café y el Señor Rivera Aracena, también café y dos granos de tanino en dos porciones, pero al enfermo se le estremeció el cuerpo. La gravedad del estado de don Belisario era evidente. El letargo era ya profundo, había perdido el conocimiento y la voz. Su rostro se amorataba y de su boca la saliva se convertía en espesa espuma amarillenta.
Juntó las pocas energías que le iban quedando para refunfuñar algo, tal vez sus últimas palabras, tal vez alguna acusación. Los presentes se le acercaron (uno de ellos con lápiz y papel). Con sus brazos, don Belisario trató de erguir el tronco pero no pudo. Tampoco logró hilar frase coherente y todo lo que se le escuchó fue una especie sonido gutural inteligible. Cayó pesadamente sobre la cama víctima de la impotencia y los terribles dolores. A las 18.00 horas expiraba. Tenía 50 años.
Circularon muchos rumores de un posible asesinato, don Belisario se habría envenenado con láudano que bebió en vez de las gotas amargas. Testigos aseguraron esa información agregando que la misma víctima no dio importancia al caso, habiéndose solamente podido averiguar su gravedad cuando el hombre ya se encontraba verdoso.
Hoy, su sepultura aún se encuentra en el desierto, guardando no solo los envenenados despojos de este ilustre vecino del siglo XIX, sino también las sospechas de quién fue el responsable de acabar con su vida.