A través de la costa, desde Tocopilla hacia el norte, es normal encontrarse con improvisados cementerios casi destruidos, donde múltiples huesos humanos blanquecinos yacen dispersos por la arena, o unos apenas se encuentran reducidos en sepulcros abiertos.
Asimismo, en la cima de farellones de difícil acceso (como Pabellón de Pica, Punta Paquica o Huanillos) aún subsisten diversas poleas y estacas de acero clavadas en la roca, siendo la construcción más vistosa un derruido puente ubicado en un peligroso acantilado en Pabellón de Pica.
Todo estos constituyen los vestigios que dejó el paso de los chinos “coolies”, por el sector, quienes eran reclutados por empresarios peruanos cuando el territorio estaba bajo la soberanía del mencionado país, para trabajar en condiciones de esclavitud extrayendo guano de ave de las covaderas, el cual luego era vendido como fertilizante, siendo este abono uno de los productos más comercializados de Perú en el extranjero.
Múltiple documentación existe sobre este periodo en el norte del país, lo cual transcurrió entre 1840 hasta fines del siglo XIX. En la página web “Tocopilla y su Historia” del investigador Damir Galáz-Mandakovic, se explica que “la categoría coolie fue una denominación peyorativa del migrante asiático durante gran parte del siglo XIX: entraban en esa condición los jornaleros filipinos, hindúes y principalmente chinos. Ellos, en las jerarquizaciones que construyó el racismo, el capitalismo y las relaciones coloniales, fueron considerados como obreros de clase baja. Ser coolie era sinónimo de ‘mano de obra barata’”.
La condición de estos trabajadores era simplemente miserable. De esto quedó mucha documentación de reporteros y viajeros que llegó a la zona. Una narración hecha por un periodista de El Mercurio de Valparaíso en 1879, explicita que “hay un montón de casuchas de tablas que semejan ratoneras y que es la ciudad de los pobres coolíes chinos, que son tratados como perros sin amo, más al norte siguen otras cuantas barracas en que viven los trabajadores chilenos y bolivianos, y por fin, todavía más adelante, hay un puñado de confortable habitaciones, donde reside la autocracia, los empleados…”.
SISTEMA DE TRABAJO
Más relevación de esta tortuosa vida nos deja el libro Presencia China en Tarapacá 1850-2000 de Freddy Torres, quien también cita antiguos escritos de visitantes que les llamaba la atención los horrores a los que eran obligado los chinos.
“Puedo decir que tristísima es su suerte en estos lugares lúgubre. Aparte de que los hacen trabajar casi a muerte, no tienen suficientes alimentos, ni agua medianamente potable. Dos libras de arroz y media de carne son toda su ración, servida generalmente entre las diez y once de la mañana, cuando ya han trabajado seis horas. Cada hombre tiene como obligación extraer entre cuatro y cinco toneladas de guano al día. En el último trimestre de 1875,se sabe que 355 chinos trabajaban en Pabellón de Pica solamente, de los cuales por lo menos 98 están en el hospital. Padecen en general inflamación en las piernas, debido, posiblemente, al agua tibia y estancada que toman y a la falta de verduras. Los síntomas de esta enfermedad se parecen a los del escorbuto o púrpura… “
Por su parte, el historiador Marcelo Segall expuso que “los inhumanos castigos a que eran sometidos aquellos que osaban rebelarse a los capataces. Muchos fueron expuestos amarrados a estacas a pleno sol, condenados a morir por inanición, otros fueron fusilados, o encadenados en los farallones de la costa de las cercanías de Patache, Huanillos y Pabellón de Pica. Esta última covadera contaba con guarnición militar disponible para sofocar los motines de los esclavos y defensa de cañones costeros, y en el cual había una población cercana a 4.000 trabajadores, en su mayoría esclavos chinos”.
Galaz-Mandakovic cuenta que “en esos promontorios albos por el guano, los chinos trabajaron colgados gracias a frágiles cables, puentes, cordeles, sobre andamios desmejorados, sumamente precarios, trabajando todo el día. Cada chino cargaba un capacho de cuero en su espalda. Luego, los cerros con sus cuevas e improvisadas pocilgas, los esperaban como dormitorios, sufriendo el hambre, el frío, la humedad costera y el cansancio por el exceso de trabajo”.
Asimismo el historiador boliviano Roberto Querejazu agrega: “La extracción del guano era muy laboriosa. Los peones tenían que usar picotas o barrenos para romper la dura masa. Adicionando que los trozos debían molerse a golpes para luego ensacar las fragmentaciones. Todo en medio de una nube de polvo que infectaba pulmones, irritaba ojos y era de una fetidez insoportable”.
Tras el fin de la Guerra del Pacífico en 1884, esta actividad comenzó a mermar poco a poco dado a que la bonanza ahora se encontraba en la explotación del salitre, por lo cual el interés económico y las migraciones comenzaron a dirigirse hacia la pampa, hacia las oficinas salitreras.
No obstante las costas quedaron regada de cadáveres putrefactos y secos que, tal como gaviotas, no fueron inhumados. Muy pocos tuvieron “la suerte” de ser enterrados, solo para que décadas después, sus sepulcros fuesen vueltos a exhumar por saqueadores.