Durante la madrugada del 18 de junio del año 1991 la comuna de Antofagasta llegó a acumular 42 milímetros de agua caída, algo inusual, dado que comúnmente no se superaban los 2mm.
Lo anterior, sumado a la ausencia de otras de mitigación aluvional en aquel entonces, el material de construcción de las viviendas, como también la distribución territorial de éstas facilitaron la violenta magnitud con la que los aluviones arrasaron la capital regional, dejando 91 fallecidos, 19 desaparecidos, 700 viviendas destruidas, 4 mil viviendas con daños considerables y 20.000 damnificados.
Calama en Línea contactó a algunos sobrevivientes de esa aciaga jornada acaecida hace tres décadas. ¿La tarea? mitigar nuevas tragedias.
Segunda Oportunidad
Jaqueline Caro era una joven con dos hijos para esa noche. Habitaba con su madre y su pareja en villa el Salto y durante la madrugada del 18 de junio fue despertada abruptamente por su madre para que tomase a sus pequeños y abandonase la pieza.
“Mi mamá, algo confundida por la desesperación me decía que se venía un tsunami. Insistió tanto que me levanté y me percaté que al poner mis pies en el piso, este estaba inundado. Tomé a mis hijos y salí de la casa, es ahí cuando nos agarra el alud”.
La avalancha de barro se llevó a Jaqueline, a sus hijos y su madre. Solo la hija más pequeña sobrevivió. Jaqueline quedó desnuda, con sus piernas destrozadas e internada horas después en el Hospital Regional. Ahí se le dijo que su familia estaba bien, solo para evitar que se descompensara.
“Cuando supe de las muertes traté de atentar contra mi vida muchas veces. Estuve casi dos meses sedada. Pero salí adelante, lo di todo por mi hija que sobrevivió y ahora tengo otros hijos y una fuerte experiencia que me hace ver la vida con otros ojos”.
Entre la vida y la muerte
Rolando Lorca tenía 24 años cuando ocurrió la tragedia, momento en el que coarrendaba un inmueble de calle Rómulo Peña, en Villa El Salto, junto a su amigo Wilfredo Castro.
Lorca relató que estaba durmiendo, cuando escuchó los gritos de su compañero. Al despertar, vio que el agua entraba por la puerta de entrada a su pieza, que daba a la calle. Inmediatamente se puso pantalones y zapatillas, y comenzó a caminar hacia la ventana, cuando el agua ya llegaba a sus rodillas.
“Al mirar por la ventana, me llamó la atención el color ceniciento de la noche, había un gran flujo de agua, era un río lento, y flotaban enseres de casas, lavadoras, camas, mesas. Y al frente de nuestra casa, había una granja de aves, que era la granja Kutulas, un muro grande, de unos dos metros y medio, color salmón, y que ya no estaba, se había caído”, detalló.
Mientras observaba lo que pasaba afuera, Lorca, asustado y convencido de evacuar rápidamente, vio delante suyo, en el piso, cómo Wilfredo Castro era arrastrado por la corriente del agua. Su rápida reacción fue intentar subirse al techo, por lo que trató de romper el vidrio con su brazo izquierdo, ya que la ventana se abría hacia arriba.
“Cuando miro hacia la puerta de entrada de mi pieza, que coincidía con la entrada al baño, que estaba separada por el pasillo, veo que ya no había baño, y eso fue lo último que recuerdo porque perdí el conocimiento”, puntualizó el abogado.
Lorca recuerda haber estado inconsciente, debatiéndose entre la vida y la muerte, mientras el barro arrastraba su cuerpo desde cerro a mar, por calle México hasta Llanquihue. “Experimenté la muerte, eso del túnel y la luz al fondo de éste, y tú flotando y mirando cómo tu cuerpo daba vueltas. Yo entiendo que me iba a morir, pero de repente algo me golpea la cabeza muy fuerte, dos veces seguidas, y eso me despertó”.
Segunda oportunidad
Wilfredo Castro, su amigo quien estudiaba la carrera de Trabajo Social también es sobreviviente, y estaba preparando unos informes para la universidad, en medio de su práctica profesional, cuando también fue llevado con fuerza por la corriente del agua, segundos después de ver cómo el comedor de la casa se desintegraba.
“Quizás, la parte más complicada es cuando voy enfrentando una muralla, y siento que me voy a morir porque me iba a estrellar. Y bueno, tal vez por gracia divina, logro pasar esa muralla. Hice un recorrido rápido por mi vida, desde que nací, me acordé de mis padres, imaginé una película de todo lo que había sido el venir a estudiar a Antofagasta para ser profesional, y ver el término de mi vida. Siento que ese día, volví a nacer”, expresó Castro, quien hoy trabaja en la Dideco de la Municipalidad de Mejillones.
Castro recaló en el techo de un inmueble, donde allí pasó toda la noche, con dolor de espalda y en extrema vigilancia, ante la eventual ocurrencia – en ese entonces – de un segundo aluvión, y mucho más fuerte que el anterior.
Finalmente, sobre las seis y media de la mañana, un contratista de la minera Mantos Blancos se ofrecía a llevar gente al hospital, siendo el iquiqueño uno de ellos. “En el hospital logré encontrarme con mi compañero Rolando, y en ese momento, en que voy en la camilla atino a decirle “¡Rolando, estoy vivo!” y él monta en llanto porque me daba por muerto, y lo mismo yo, porque en una tragedia de este tipo las posibilidades de salvarse eran muy bajas”, relató el asistente social.
Reflexiones
El académico del Departamento de Ciencias Geológicas de la Universidad Católica del Norte (UCN), Gabriel González, explicó ayer en el conversatorio “A 30 años del aluvión de Antofagasta” que, de momento, en Antofagasta no existen modelos climáticos que vayan a predecir cómo va a ser el clima en el futuro, frente al tema del cambio climático.
González señaló que debe existir un aumento en la intensidad de las precipitaciones, en otras palabras, “más agua en menos tiempo” para que se generen aluviones.
“Ese es un escenario típico de un clima árido, que es cuando las lluvias son muy poco frecuentes, pero cuando llueve, llueve de manera muy intensa. Hay ciertas definiciones, pero lo que sí sabemos, es que los aluviones van a ocurrir, y que tenemos que estar preparados para eso”, precisó el investigador.