A 150 kilómetros al norte de Antofagasta, emplazada al poniente de la ruta costera, se halla una vieja pero impresionante casona abandonada de cuatro plantas (subterráneo incluido) que se erige majestuosa ante el océano Pacífico.
Dicha construcción junto a un oxidado silo, un cementerio y múltiples cimientos de mampostería rocosa constituyen los despojos de lo que hasta hace un siglo fue un potente poblado metalúrgico con proyecciones a un prometedor futuro económico, pero que el capricho de la naturaleza se encargó de borrar no una, sino varias veces.
A continuación, una síntesis del fascinante pasado de Gatico. Un puerto cercado entre cordillera costera y el océano que pese a su complejidad geográfica, perseveró por más de un siglo siendo finalmente asfixiada por terremotos, tsunamis, aluviones y pestes.
El origen
Gatico se configuró como zona minera en 1832 para procesar y exportar cobre extraído de una mina adyacente llamada “Toldo”. Pese a que la región era boliviana, hasta ese entonces no había fichas apostadas a su favor. El gobierno de Bolivia fomentaba el auge de Cobija. Pero Gatico, al igual que Tocopilla (y en el futuro, Antofagasta) comenzó a formarse “solita”.
Pese a la cuantía de su actividad, el gobierno no llevaba registros contables. Cabe señalar que por ese entonces Bolivia vivía en constantes asonadas y revoluciones caudillistas, motivo por el cual se cree nunca hubo un control efectivo con Gatico.
Una descripción temprana citada en el blog Tocopilla y su Historia del investigador Damir Galaz-Mandakovic, refiere que “«Había media docena de chocitas construidas en piedra suelta y ramas de cactus en donde cabían dos o tres personas. Entre las chozas habían unas 20 mujeres y niños sentados sobre piedras y rodeados de pequeños montículos de minerales (…) todo el escenario es escuálido. Las mujeres y niños estaban vestidos con géneros burdos de lana y no tenían ni la menor protección contra el sol ardiente».
Primeras tragedias
Así las cosas, Gatico “maduró” como puerto de exportación y también como centro metalúrgico para fundir mineral. En medio de su crecimiento devino los terremotos y tsunamis 1868 y 1877 que barrieron con el puerto y supuso una alta mortandad para sus habitantes, pero rápidamente se reactivaron los procesos extractivos. No así fue la suerte de Cobija, que con aquellas dos tragedias quedó herida de muerte, comenzando su despoblamiento.
En febrero de 1879 y tras un soberano “matanga” Gatico pasó a ser chilena tras la Guerra del Pacífico. Bajo nueva soberanía, se mandató a que los procesos mineros se establecieran legalmente, motivo por el cual se formalizaron las primeras sociedades extractivas.
Para fines del siglo XIX ya se habían integrado nuevas tecnologías como andariveles para transportar mineral. También se había levantado un muelle para la carga y descarga de material. Figuraban como propietarios la compañía Artola Hermanos.
El lugar ya se había transformado en todo un poblado para 1901 al absorber a las familias provenientes del Norte Chico y a las huérfanas de Cobija. Existía el comercio también para sus habitantes, pequeñas escuelas y prensa.
Cambio de dueño y más tragedias
Artola quebró y pasó la posta a la compañía Gibbs & Son (accionistas de Ferrocarril Antofagasta). Con estos últimos la cosa se modernizó vertiginosamente. Se empleó el ferrocarril, plantas eléctricas, hornos metalúrgicos modernos, comenzó la llegada en demasía de navíos europeos despuntando así como puerto relevante y poniendo “nerviosos” a Antofagasta y Tocopilla. Pero el barro los sepultó a todos tras un inusitado aluvión en mayo de 1912.
42 muertos y 32 desaparecidos dejó el alud. Ese mismo año y solo por si las dudas, Gatico fue golpeada brutalmente por la peste bubónica que azoló el norte hasta 1930. Ahí debutaría su hasta hoy existente camposanto.
Pero la economía internacional exigía cobre y Gatico resucitó. Galaz-Mandakovic cita “Dos años después del aluvión, el periódico semanal El Gatico (3 de junio, 1914) publicó lo siguiente: «Los esfuerzos para aumentar su producción ha tenido el mejor éxito en el mes que acaba de pasar, haciendo 202 toneladas de cobre fino en barras, lo que constituye todo un record de la producción mensual de la compañía. La felicitamos muy sinceramente»”.
Fue ese año (1914) en que se comenzó a construir su famosa casona, la cual fue ordenada por el gerente de ese entonces Thomas Peddar, a fin de ser el centro de reuniones y fiesta de los administradores. A sabiendas de que eran proclives a terremotos, aluviones y las salidas del mar, se construyó sobre un peñón costero para asegurarla.
Leyendas apócrifas incluso dicen que en su sótano -para quien haya visitado la casona, habrá notado que bajo el primer piso existe un enorme subterráneo- se habían levantado dos mazmorras (calabozos) donde eran castigados o desaparecidos aquellos obreros que por aquel entonces pregonaban el sindicalismo.
Nuevo resurgimiento y nuevas tragedias…
Durante las primeras dos décadas del siglo XX Gatico tenía comercio extranjero, servicio de telégrafos y correos, avenidas principales, pulperías, panaderías, carnicerías, teatros, aduanas, policías, bomberos en fin. Increíble pensar que en tan compacta franja se llegase a constituir una pequeña metrópolis.
Pero el declive económico vino a sentirse en 1922 con los primeros efectos post I Guerra (donde se desplomó el precio del salitre). Pese al sinsabor, la actividad aún bullía y se planearon nuevas estrategias para dar un impulso a las exportaciones. Las intenciones eran buenas, pero el 10 de noviembre de ese mismo año un terremoto y posterior maremoto volvieron a frenar los planes.
Seis años paralizada, comenzó el despoblamiento paulatino de Gatico, pero aún quedaba algo de fuerza. A fines de 1926 la mina Toldo registró una reactivación y el insistente poblado se volvió a configurar. Pero ante tanta tragedia se había perdido la confianza política y económica en el puerto.
El tiro de gracia
Como corolario y al igual que el resto del mundo con el crack económico de 1929, comenzó la cesantía y por ende el despoblamiento sistemático. Entre 1920 a 1930 más de 6.600 habitantes habían dejado el pueblo. Para abril de 1931 la Prensa de Tocopilla titularía “El pueblo de Gatico está abandonado a su propia suerte”. Para 1932, menos de 500 personas subsistían con dificultad.
Pero esos menos de 500 habitantes se resistían a abandonar. Algunos subsistían de la pesca y del comercio menor. Habían resistido terremotos, maremotos, pestes, aluviones. ¿Acaso ahora una mera crisis económica los iba a hacer desistir?
No fue la crisis, sino otro aluvión el 25 de julio de 1940 lo que terminó con sus últimos moradores. Ya el mensaje, fuese de quien fuese, parecía demasiado claro. Gatico no volvió a ser poblada. Hasta hoy subsisten a su alrededor un par de caletas de pescadores que viven ajenos al portentoso pasado de la zona. La casona es lo único que queda casi intacto, eso más su cementerio cuyas cruces acusan los mortíferos años de las pestes, tsunamis y terremotos. Pero ahí yace el cadáver de un pasado que, a diferencia del resto de las despobladas oficinas salitreras, se resistió estoica a su evidente final.