Hoy, Tocopilla conmemora y festina el 181 aniversario de su fundación. Y es que fue el 29 de septiembre de 1843 cuando el francés Domingo Latrille Loustauneau -cónsul de Francia en el litoral de Cobija- logró que el incipiente puerto fuese declarado como “caleta” por parte del entonces gobierno boliviano.
Nacido como “Dominique” en febrero de 1818 en la ciudad francesa de Pau, el fundador de Tocopilla dedicó los primeros años de su juventud a trabajar en el negocio familiar, concerniente al comercio de pinturas y vidrios en su ciudad natal.
Según el sitio de divulgación histórica Tocopilla y su Historia del investigador Damir Galáz-Mandakovic, “sobre las labores y formación académica de Domingo Latrille, la historiografía tradicional chilena y también boliviana lo ha descrito, entre otras cosas, como un hombre de “preparación destacada y carácter emprendedor” (…) o como un “ingeniero”. Otros autores, lo describen como “el industrial francés Domingo Latrille”.
TOCOPILLA
Dominique Latrille y su hermano Maximien llegan al extinto puerto de Cobija (Antofagasta) en 1840. Sus nombres fueron castellanizados al de Domingo y Máximo, y desde ahí comenzaron con actividades de exploración para la explotación del guano. Ambos serían pioneros en el descubrimiento de los primeros depósitos de salitre, siendo Máximo uno de los cateadores que dio vida y forma a lo que sería Mejillones.
Domingo, con 25 años, funda el 29 de septiembre de 1843 el puerto de Tocopilla. El acta original de la fundación, propiedad del gobierno boliviano, dice “Tocopilla, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Naces como ciudad y tendrás treinta cuadras de largo por veinte de ancho”. Estas letras hoy se hallan grabadas en la placa que se encuentra en el busto de Latrille, en avenida 18 de septiembre.
El Consejo de Monumentos Nacionales refiere que “Domingo Latrille forma familia con la aristócrata limeña Juana Petisco Ramírez, residiendo en Cobija. Se dedica a los negocios de extracción de minerales, fundamentalmente cobre en Chuquicamata, en asociación con el empresario inglés Thomas Helaby. En 1877 se instala con su familia en Tocopilla, resultando su casa totalmente destruida luego del terremoto y maremoto de ese año. El presidente de la junta municipal de Tocopilla, general boliviano Napoleón Tejada, les cede un nuevo terreno para edificar su hogar, situado en calle San Martín”.
FINAL
Nadie sabe exactamente los motivos, pero siendo Latrille un próspero y respetado industrial de la comuna de Tocopilla, en la década de 1870 toma sus pertenencias y parte sin su familia a internarse al interior de la región de Tarapacá.
Y fue su destino final fue Huatacondo (en quechua, “Nido del Cóndor), localidad precordillerana ubicada a 230 km al sureste de Iquique y a 118 km al noroeste de Ollagüe, a más de de 4.380 metros sobre el nivel del mar.
Ahí, el ya anciano Latrille pasó sus días como un respetado vecino de la localidad quién preparaba ungüentos y los administraba como médico a los pocos habitantes de la zona. El registro de esto lo hizo el ingeniero Francisco Risopatrón en su “Diccionario Geográfico de las Provincias de Tacna y Tarapacá”, de 1890, donde describe la presencia de Domingo tras su paso por Huatacondo.
“Este pueblo es notable, tanto por sus cultivos, por cuanto es asiento de un grupo de trabajadores industriosos, tenaces, y sumisos para el trabajo; es, puede decirse, un pueblo feliz; allí la primera autoridad es el venerable anciano señor Latrille, quien atiende a los habitantes como a sus hijos, estimulándoles al trabajo con sus consejos y con su ejemplo; es en ese punto el médico, el boticario, el confesor, en una palabra, un verdadero padre, de donde nace el amor, el cariño y respeto que le profesan. Es un patriarca moderno, al servicio de su tribu”.
El “venerable anciano” fallece en abril de 1891, siendo sepultado en el lugar. En la década de los 80 del siglo XX, una comisión tocopillana partió a la localidad precordillerana para exhumar sus restos e inhumarlos en el puerto que él fundó, pero los habitante de Huatacondo borraron el nombre de la sepultura y jamás indicaron cuál era, a modo de preservar a su habitante insigne.