Hace exactos 142 años, en las quebradas de Tarapacá, se libró una de las batallas más sangrientas de la Guerra del Pacífico. Chile, país hasta entonces “invicto” en el conflicto, sufría una de sus peores tragedias infringidas por parte del Ejército Peruano, el cual después de múltiples derrotas, aprovechó un “dejo de confianza” de su enemigo para atestarle uno de sus peores golpes.
Todo esto se enmarca en el año 1879. Iniciada la Guerra del Pacífico contra Perú y Bolivia, a lo largo de ese año el Ejército y la Armada de Chile no hizo otra cosa que ganar terreno. Después de la captura del Huáscar en octubre, el desembarco de Pisagua, el combate de Pampa Germania y la batalla de Dolores, las tres últimas en noviembre de ese año, el país se sentía a sus anchas.
El ejército adversario, que para ese entonces era compuesto por peruanos (el grueso del Ejército de Bolivia dio media vuelta en Camarones previo a la batalla de Dolores, dejando solo a sus aliados) después de múltiples derrotas, se replegó hasta el interior de la región, apostándose en el poblado de Tarapacá.
Confianza chilena
La historiografía acusa al coronel Francisco José Vergara, quien entusiasmado por los triunfos, estimó que era necesario llevar una pequeña expedición a Tarapacá para terminar de “barrer” los restos del enemigo. Pidió la autorización al general Erasmo Escala, jefe máximo del Ejército de Chile, quien dio luz verde.
El primer escuadrón chileno que tenía como misión avistar el número del enemigo se pegó “un pique” a pie de 55 km por el desierto. Tal vez la fatiga y el cansancio les hizo estimar que los enemigos apostados en Tarapacá eran unos mil, los que además se encontraban “abatidos y desmoralizados”. Entusiasmado, se hizo llamar a más efectivos para el “repase”. En total Chile atacó la madrugada del 27 de noviembre con poco más de 2.300 soldados. Los enemigos que se encontraban en el lugar alcanzaban los 4.500, quienes además estaban bien alimentados, descansados y amunicionados.
Las tropas chilenas se desplegaron en tres divisiones, las cuales atacaron de madrugada por diferentes sectores de la quebrada. Los peruanos al mando del general Juan Buendía y comandadas en la batalla por el coronel Andrés Avelino Cáceres, respondieron con ímpetu, generalizando una resistencia que terminó por aplastar el ataque chileno.
Masacre
Las tres divisiones chilenas fueron descalabradas, no obstante cerca de las 13:00 horas, el fuego cesó por ambos bandos. Los chilenos interpretando el repliegue de los peruanos como una victoria, bajaron la quebrada para beber agua del río. Cerca de las 16:00 horas los enemigos regresaron y comenzaron nuevamente a aniquilar a las tropas.
Para ese punto, el desmadre era general. Pocos chilenos alcanzaron a huir de la masacre. En medio de esta embestida, el regimiento chileno Segundo de Línea perdió su estandarte, el cual fue arrebatado luego de ser abatida toda su escolta.
También, el coronel de este regimiento, Eleuterio Ramírez, fue rematado al interior de una hacienda en dicha quebrada. El militar fue transportado herido hasta el lugar luego de recibir impactos en diversas partes de su cuerpo, mientras era atendido por cantineras, soldados peruanos llegaron a atacar el lugar, por lo que Ramírez se levantó, tomó su revolver y contestó al ataque para proteger a las mujeres. El militar cayó muerto, las mujeres fueron repasadas por los peruanos, y la hacienda donde se hallaban los cuerpos fue quemada.
Consecuencias
A diferencia de el Combate Naval de Iquique y el Combate de la Concepción, Tarapacá es una de las derrotas más desconocidas de Chile en la Guerra del Pacífico. Esto puede entenderse a que, la mayoría de los errores en dicha tragedia se debió a decisiones erróneas tomadas por el alto mando.
En Tarapacá se estima que murieron más de 570 soldados chilenos, 66 fueron tomados prisioneros y se le arrebataron seis cañones Krupp, dos cañones de sistema La Hitte, además se tomó el estandarte del Segundo de Línea, el cual posteriormente sería recuperado después de la Toma del Morro de Arica en junio de 1880.
La tragedia a nivel estratégico no tuvo relevancia, ya que las tropas peruanas igual abandonaron la zona, quedando la provincia a manos chilenas. No obstante la tragedia llevó a que el general Erasmo Escala terminara renunciando a su cargo, el cual después fue tomado por el general Manuel Baquedano, quien terminó por tomar Lima en enero de 1881.